lunes, 30 de abril de 2012

Al otro lado del mundo (Sydney, Australia)

Esta ciudad, la eterna rival de Melbourne, es una de las más multiculturales del mundo y también una de las más atractivas para vivir. La llaman “Harbour City” por su puerto y su imagen más conocida: la Opera House, diseñada como una nave al borde del agua. Lo primero, claro, es acostumbrar el oído al acento de los habitantes, con esa tonada de inglés australiano que al principio desconcierta un poco y después se vuelve familiar. De todos modos, hasta el más iletrado en inglés se podrá desenvolver sin problemas: en parte porque la ciudad está acostumbrada a los extranjeros, sean inmigrantes o turistas, y en parte porque la industria de la hospitalidad está tan desarrollada que todo ha sido pensado para pasear y conocer sin perderse. Bastará con tener en cuenta que aquí manda la herencia británica, y aún se conduce con el volante a la izquierda, una curiosidad “retro” en la modernísima Australia.


Detrás de lo que hoy parece una ciudad de gran belleza, hubo una vez una imagen horrible y despiadada. Apreciada por los navegantes por su considerable profundidad y por la existencia de manantiales de agua dulce, Sydney Cove se convirtió, pronto, en el punto de destino de millares de presos británicos para quienes el gobierno había decidido un viaje sin retorno. Presidiarios, delincuentes o no, a los que la dureza del clima y la crueldad de la naturaleza convirtieron en auténticos pioneros. Aún hoy, Sydney mantiene bastante de ese espíritu. La ciudad es tolerante con más de 150 nacionalidades y respira una frescura vital que el paso del tiempo parece acentuar todavía más. Es ese mismo espíritu el que ha convertido a Sydney en una ciudad ecologista, aunque todavía persista la herida dolorosa de los habitantes aborígenes, aún marginados, aunque la situación va cambiando lentamente.


miércoles, 14 de marzo de 2012

Garzón (Maldonado, Uruguay)


Si bien los lugareños aseguran que las playas atlánticas recuperan su paz al fin de febrero, muchos norteamericanos y europeos empezaron a alejarse, en busca de un paisaje más solitario y agreste en plena temporada. Entonces sus lujosos vehículos recorren los 70 kilómetros desde Punta del Este, para convivir con la centena de habitantes del pueblo y ser huéspedes del chef Francis Mallmann en una vieja casa con galería que mira a la plaza, transformada ahora en un hotel boutique de cinco habitaciones y restaurante que es punto de referencia del circuito gastronómico veraniego. Las chacras marítimas, extensiones de campo con salida al mar o a las lagunas, son las alternativas elegidas por la tranquilidad de la rusticidad y los pequeños pueblos detenidos en el tiempo ven un futuro tipo gourmet.



Garzón, tuvo un pasado próspero desde la construcción del molino en la década de 1920 y sus dos mil habitantes en 1950 cuando la actividad giraba en torno a la estación del ferrocarril. Ahora, el tren fue sustituido por vehículos de empresarios emprendedores o extranjeros que buscan un lugar distinto para poder recomendar como inversión a sus amigos. Los valores de las tierras se multiplicaron en los últimos años y ofrecen chacras marítimas, de 25 hectáreas "aptas para olivos".

A la hora de comer, en lo de Francis Mallmann, el plato más económico -una entrada de verduras cocidas en horno de barro- cuesta treinta dólares. Es que Mallmann también es un personaje mediático que se dedica a cocinar en paisajes naturales para la televisión, disfrutando las creaciones sencillas de autor en bellos paisajes. Él abrió su primer restaurante cerca, en José Ignacio en 1977, inaugurando en la costa atlántica una tendencia de gastronomía de larga distancia. La guía francesa Michelin valora la cantidad de kilómetros que vale la pena desviarse para ir a comer a ese lugar. Para ir a comer a Garzón hace falta manejar, desde Punta del Este por un camino de tierra que tapa las vías de un cruce de un tren fantasma. Se pueden ver mulitas y techos rojos de las estancias. "Siempre me gustó el Uruguay profundo", explica Mallmann, camisa blanca y habano en mano, posiblemente porque su abuela era uruguaya. El chef quiere que sus clientes lo comparen con la Provenza francesa, "una región que se hizo conocida desde la costa".


En una sala de lectura está la biblioteca del chef y en el comedor principal integrado al patio, hay una gran mesa con publicaciones en varios idiomas. Mallmann convive sin problemas con la quietud pueblerina, porque es un artista, como otros que viven allí. Los brillos de Punta del Este están empezando a iluminar un pueblo que para muchos no tendrá mayor encanto que la exclusividad de ser pionero. Los emprendimientos de Mallmann son famosos por exquisitos y por lo caros, inaccesibles para el turista promedio, por ejemplo la carta de vinos tiene un capítulo titulado "Vinos Míticos", que encabeza un Petrus Pomerel.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Ipanema (Río de Janeiro, Brasil)


Ipanema está entre Leblon y Arpoador, aunque hay quienes sostienen que éste no es un barrio sino apenas el límite rocoso con Copacabana. Es que Ipanema creció a la sombra de Copacabana. Primero fue exclusivamente un territorio para pescadores experimentados, y ya en la época colonial los indígenas habían bautizado el lugar como Ipanema, o “aguas peligrosas” en guaraní. Pero una vez que en Copacabana no hubo más lugar para construir, la clase alta se mudó a este barrio más periférico que resume a Río de Janeiro, especialmente si uno quiere parecerse a un carioca, porque todo es fácil de encontrar caminando por las pocas cuadras que hay entre la laguna y el mar.

Esta zona alejada del centro de Río de Janeiro, no tardó en convertirse en sinónimo de arena blanca, música y descanso. En alguna época fue símbolo de la cultura carioca y cuna de la bossa nova, hoy el barrio es el poseedor del metro cuadrado más caro de América Latina y sinónimo de los comercios más refinados de la ciudad. Es fácil distinguirla: mientras las veredas de Copacabana simulan olas rompiendo, los mosaicos blancos y negros a lo largo de los cuatro kilómetros de la costanera de Ipanema dibujan formas más geométricas.

Hasta que el túnel entre Copacabana y Botafogo no fue abierto en 1894, Vila Ipanema no pudo ser considerada como carioca, pero creció rápido con la llegada del tranvía en 1902 y ya era importante cuando, con la bossa nova,  todo el mundo supo de su existencia por la canción de la "garota". Pero, desde la arena, sigue resultando inolvidable observar el ocaso del sol cayendo entre ambos picos del morro Dos Irmãos, espectáculo que los lugareños suelen celebrar con aplausos. Anochece. Enfrente, las lucecitas de la favela de Vidigal, descienden como si fueran adornos en un árbol de Navidad, en tanto una cerveza o un coco siempre esperan en el famoso Posto Nove, especialmente a los que han venido caminando desde Copacabana, mientras cae la tarde del verano sin fin.


La bohemia intelectual finalmente da paso a la explosión de los negocios más lujosos de la ciudad y las joyerías más prestigiosas del mundo tienen abiertas las puertas. Pero entre los comercios “para europeos” por lo privativo de sus precios, en adición al Amsterdam Sauer Museo de Gemas, se pueden visitar los talleres de la sede central de la joyería H. Stern, con tienda en rua Vizconde de Pirajá o explorar en la Rua Garcia D'Ávila, una sofisticada calle transversal de diseño, moda, y tiendas de Louis Vuitton, Cartier y Mont Blanc perfectas sólo para mirar.

La calle Visconde de Pirajá es la principal del barrio y es especialmente adecuada para quienes no gustan de ir a un shopping. Además tiene una de las plazas verdes muy atractiva que es un oasis de tranquilidad. Temprano se practica tai-chi y luego llegan los niños con sus madres o en la mañana de los viernes es la feria que contrasta con la dominical de los hippies de la vecina Plaza Osório, injustamente mal considerada aunque las etiquetas se muestren en dólares.


martes, 7 de febrero de 2012

Suiza en Latinoamérica (Nueva Helvecia, Uruguay)

El calificativo de 'Suiza de América' para el Uruguay, surge del contexto del pequeño país entre potencias continentales y por el hecho de que el presidente Batlle y Ordóñez, al visitar Suiza en 1907, se interesó en su sistema de gobierno colegiado adoptado por Uruguay hasta 1966. No obstante, el vínculo se remonta al siglo XIX, cuando llega la gran ola de inmigrantes ancestros de los cincuenta mil descendientes suizos que ahora viven en la región ubicada entre el río Rosario y el arroyo Cufré.


La zona fue colonizada por inmigrantes suizos, aunque también de regiones alpinas de Austria, Italia, Francia y Alemania, que llegaron huyendo de la crisis europea de 1860. Los banqueros Siegrist y Fender, de Basilea, se interesaron ante Doroteo García, por adquirir “una legua cuadrada de terreno bueno y cultivable para dividir en pequeños lotes y venderlo a colonos”. Tuvieron conocimiento del folleto sobre la “Colonia Agrícola del Rosario Oriental”, que presidía Doroteo García. Luego de un prolongado cambio de cartas, quedaron ultimados los detalles de la “Colonia de Nueva Helvecia y llegaron los primeros colonos. A enorme distancia para las comunicaciones de aquella época, no ignorando el período turbulento de luchas civiles y las dificultades a vencer, confiaron en las posibilidades del país y en su valor humano.


Es así como Siegrist y Fender, no se limitan a la colonización por la utilidad bancaria, sienten la responsabilidad por la suerte de los que han de enviar al lejano Uruguay. Se asesoran con Doroteo García de la calidad de las tierras, posibilidades de cultivo, las franquicias que recibirán los emigrantes, del valor de los productos. Comunican que los emigrantes “son todos robustos mozos trabajadores”, y porque son buenos trabajadores no admiten para ellos los  contratos de medianerías pues los suizos si trabajan, deberán adquirir naturalmente el derecho a ser propietarios.

Bajo el gobierno de Urquiza en Argentina, en el deseo de atraer colonos, se realizan publicaciones desprestigiando a la nueva colonia, y Siegrist y Fender, se interesan ante los gobiernos uruguayo y suizo, para restablecer la verdad, al grado de proponer una persona para que representar al Uruguay en Europa. No reparan en gastos y reclaman apoyo oficial como lo hace Canadá. Frente a dificultades la firma no olvida a los colonos y les ayuda a tal punto que Doroteo García expresa en una carta: “espero que los que vendrán… se acordaran de Uds. y de mí, por la holgura que le acompañará”.

Actualmente la calle Siegrist y Fender pasa junto al edificio que fue sede de la empresa y en el que estaba instalado el almacén de instrumentos de trabajo, alimentos y el predio en el que se instaló el horno de ladrillos para las viviendas en 1862, cuando arribaron los primeros inmigrantes remontando el río Rosario. La colonia perdió numerosos habitantes, sobre todo, antiguos soldados mercenarios que no estaban preparados para las tareas agrícolas que convirtieron a la zona en importante productora de insumos y vanguardia de los adelantos, como su molino hidráulico luego perdido en un siniestro y que es hoy un lugar de turismo conocido como Molino Quemado.

sábado, 4 de febrero de 2012

Cenizas del Imperio (Pompeya, Italia)

Bajo la sobrecogedora presencia del Vesuvio recorremos los restos de Pompeya, cercana a Nápoles, cuyos vestigios se hunden en la época más esplendorosa del imperio romano. Hace dos mil años era tierra de buenos vinos elogiados por el poeta Marcial y entonces sucedió la erupción del año 79. Sabemos lo que ocurrió porque Plinio el Viejo, quiso estudiar el fenómeno de cerca y pereció en el intento. Plinio el Joven, su sobrino que observaba de lejos, documentó más tarde como la erupción del Vesubio sepultó a la pequeña Pompeya y a otras poblaciones. Un silencio de piedra cubrió los viñedos, las casas, las voces y hasta la memoria. Sólo cientos de años después Carlos III alentó el interés por las excavaciones, entonces los nobles napolitanos levantaron mansiones entre el volcán y la orilla del mar.


El 24 de agosto del año 79 un diluvio de cenizas, nubes de gases venenosos y ríos de lava rodaron vorazmente hacia Pompeya. En el mar, la furia del maremoto estrellaba las naves contra las rocas. Muchos buscaron refugio en el rincón más secreto de sus hogares pereciendo en postura aterrorizada. Enfriada la ceniza que los envolvía, y reducidos ellos a nada, se convirtieron en «moldes» de donde salieron los calcos realistas que ahora observamos. Son algunos de los veinte mil habitantes de una urbe más bien pequeña, pero antigua y comercial.

Pompeya era una mera cita erudita hasta el año 1750. Entonces comenzaron a llegar los espíritus ilustrados de ese tiempo, como Goethe que escribió a propósito una frase célebre: «Muchas desventuras han acaecido en el mundo, pero pocas han procurado tanta ventura para la posteridad». Se refería al hecho de tener delante, intacta, una ciudad romana detenida en su pálpito cotidiano.

Eso es exactamente lo que ven los visitantes: el foro, los templos principales, el mercado y los almacenes. Para el ocio y la diversión, había donde escoger: el Gran Teatro, el Odeón, el anfiteatro. En este último tenían lugar los espectáculos de masas: gladiadores, fieras, competiciones deportivas... Lo mismo que en nuestros estadios, algunos encuentros degeneraban en batalla campal. Aquellos vividores también gastaban su tiempo en el callejón del lupanar, en los burdeles de Pompeya, que era una ciudad consagrada a Venus. En los burdeles había sobre todo mujeres de clase baja o extranjeras y las pinturas conservadas en sus paredes, orientaban sobre los servicios.


Pero lo importante no está en las cosas que se ven, sino la especial emoción que desata el paseo. Se tiene la sensación de irrumpir en la villa a la hora de la siesta, cuando sólo faltan las cuadrigas ruidosas cavando surcos en la calzada, los peatones atravesando la calle por los pasos de losas elevadas para esquivar los regueros. En las casas, a la entrada los mosaicos dicen «bienvenido» o «cuidado con el perro», nos queda un sentimiento de culpa, como si estuviéramos profanando la intimidad familiar;. Hoy nadie pulirá las piedras preciosas de la casa del joyero, ni ajustará cuentas con las tablillas archivadas en la casa del banquero. Nadie votará a candidatos cuyos nombres aparecen en las paredes porque nada respira; sólo nosotros, asombrados de lo mucho que aquellas vidas se parecían a las nuestras.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Hotel Riu Yucatán (Playa del Carmen, México)



La Riviera Maya
, con importantes zonas arqueológicas, arenas blancas y aguas turquesas difíciles de documentar, es el balcón desde donde el estado de Quintana Roo se asoma al Mar Caribe. Allí Playa del Carmen, a setenta kilómetros de Cancún por una carretera sin curvas frente a la isla Cozumel, a media hora de los parques naturales y próxima a las ruinas de Tulum está el Hotel Riu Yucatán, cerca o lejos de cualquier cosa según prefiera. Es un tres por uno: al relax que consigue la belleza del agua, la blancura de la arena, y el encanto natural de los mexicanos; debemos agregar el aporte cultural maya y la aventura de una naturaleza que no conoce temperatura por debajo de los 20º.

En Playa del Carmen, especialmente su Quinta Avenida, hay tiendas con regateo incluido y también casas de cambio y locutorios. A veinticinco minutos de ferry se destaca la isla de Cozumel, cuyos arrecifes la convirtieron en un codiciado sitio de buceo, especialmente si usted es submarinista. También próxima a “Playa”, digamos a veinte minutos de marcha a pie, la urbanización es una zona hotelera, comercial y residencial donde destaca este hotel de la cadena mallorquina Riu, que parece la mejor relación costo-beneficio en la región, brindando un excelente servicio sin necesidad de recurrir a utilería faraónica.


 

Aquí encuentra todo: buen clima, personas amables, alegría y gran diversidad de cocina mexicana e internacional. No más llegar, no importa la hora, se puede comenzar el uso del “todo incluido”, pero claro que hay que tener en cuenta que como casi todos los turistas provienen de Europa, a las 6 de la tarde comienza la hora de la cena, que es tipo buffet en “La Hacienda”, el comedor principal. Para los que quieren hacerlo a la carta deben de registrarse con anticipación en los restaurantes temáticos, que son clásicos como pasar por el bar del lobby, donde se toma el aperitivo antes de la cena o luego conseguir una buena ubicación junto al escenario donde disfrutar el último cocktail viendo el show de esa noche.
Las habitaciones, muy amplias e incluyen una terraza, están ubicadas en edificios de dos plantas, agrupados en pequeños bloques unidos por senderos de madera que recorren los jardines tropicales. En ellos descubrimos animales parecidos al tapir y unos pájaros inofensivos que se dejan hacer fotos. También excepcionalmente es posible ver monos aulladores, en las copas de los árboles, aunque es más probable oírles que verles.


El ambiente del hotel es realmente acogedor y aconsejamos madrugar para disfrutar de una tranquilidad increíble: sólo se escuchan los pájaros, las palmeras y el mar. Allí es posible hablar distendidamente con el personal -que se verá sorprendido de poder hacerlo en español entre tanto “gringo”- y elegir la mejor ubicación para disfrutar el más completo desayuno que pueda imaginar.

 

lunes, 30 de enero de 2012

Estadio Centenario (Montevideo, Uruguay)



Durante una década la ciudad de Montevideo vivió en pleno auge edilicio. Por esos años se habían erigido el Hotel Carrasco en 1921, el Monumento a Artigas en 1923, el Palacio Legislativo en 1925, el Palacio Salvo en 1928, el puente sobre el Santa Lucía en 1929. Faltaba un estadio de fútbol gigante, acorde con las glorias acumuladas por los futbolistas amateurs que habían logrado los campeonatos olímpicos en 1924 y 1928. Pero además, un Campeonato Mundial que sirviera de marco a su inauguración.

Ambas cosas se lograron en un tiempo asombrosamente breve. La AUF tomó la idea, la presentó al Congreso de la Confederación Americana y allí fue aprobada por unanimidad. En mayo del mismo año, la FIFA eligió a Montevideo como sede de un evento internacional jamás disputado al que habría que hacer coincidir con los festejos del centenario de la Constitución de 1830. Quedaban catorce meses y todo por hacer. Sin embargo por una vez, la burocracia encargó de inmediato el proyecto al arquitecto Juan Antonio Scasso, entonces Director de Paseos Públicos de la Intendencia. Seis meses después, en los primeros días de julio de 1930, el Estadio Centenario estaba pronto. Las obras se iniciaron en febrero y los obreros trabajaron incansablemente en tres turnos, incluido uno que se efectuaba por las noches, empleándose grandes reflectores para suplir la ausencia de luz natural. Fueron empleados catorce mil metros cúbicos de cemento y su costo ascendió a un millón de pesos. Para atrás y por razones de tiempo, solamente quedó un gran pórtico que iba a ser revestido de mármol y otras piedras nacionales como exponente de la riqueza del país. La obra resultó tan inmensa que en su parte interior podía caber el Coliseo Romano.

Fue sede de de la primera Copa Mundial de Fútbol de 1930, aunque el primer partido por una Copa del Mundo se disputó en el Parque Central la tarde del 13 de julio de 1930, con victoria de Estados Unidos sobre Bélgica por 3 a 0, porque el Centenario todavía no estuvo pronto por las lluvias del otoño hasta el 18 de julio cuando se enfrentaron Uruguay y Perú con triunfo local. El apuro en la construcción y las lluvias que cayeron justo cuando estaba por terminarse la obra, hicieron que el estadio se inaugurara con el cemento fresco, por lo que los privilegiados asistentes pudieran grabar sus mensajes para siempre en la única construcción que posee el título de "Monumento del Fútbol Mundial" declarado por la FIFA en 1983.

Al final de la primera Copa, con un encuentro que enfrentó a Uruguay con Argentina, dejó a Uruguay con el honor de ser el primer Campeón del Mundo., y al menos el único por cuatro años más … hasta cuando se disputó el campeonato en Italia, sin la participación uruguaya en reciprocidad por la ausencia italiana de 1930.