Si bien los lugareños aseguran que las playas atlánticas recuperan su paz al fin de febrero, muchos norteamericanos y europeos empezaron a alejarse, en busca de un paisaje más solitario y agreste en plena temporada. Entonces sus lujosos vehículos recorren los 70 kilómetros desde Punta del Este, para convivir con la centena de habitantes del pueblo y ser huéspedes del chef Francis Mallmann en una vieja casa con galería que mira a la plaza, transformada ahora en un hotel boutique de cinco habitaciones y restaurante que es punto de referencia del circuito gastronómico veraniego. Las chacras marítimas, extensiones de campo con salida al mar o a las lagunas, son las alternativas elegidas por la tranquilidad de la rusticidad y los pequeños pueblos detenidos en el tiempo ven un futuro tipo gourmet.
Garzón, tuvo un pasado próspero desde la construcción del molino en la década de 1920 y sus dos mil habitantes en 1950 cuando la actividad giraba en torno a la estación del ferrocarril. Ahora, el tren fue sustituido por vehículos de empresarios emprendedores o extranjeros que buscan un lugar distinto para poder recomendar como inversión a sus amigos. Los valores de las tierras se multiplicaron en los últimos años y ofrecen chacras marítimas, de 25 hectáreas "aptas para olivos".
A la hora de comer, en lo de Francis Mallmann, el plato más económico -una entrada de verduras cocidas en horno de barro- cuesta treinta dólares. Es que Mallmann también es un personaje mediático que se dedica a cocinar en paisajes naturales para la televisión, disfrutando las creaciones sencillas de autor en bellos paisajes. Él abrió su primer restaurante cerca, en José Ignacio en 1977, inaugurando en la costa atlántica una tendencia de gastronomía de larga distancia. La guía francesa Michelin valora la cantidad de kilómetros que vale la pena desviarse para ir a comer a ese lugar. Para ir a comer a Garzón hace falta manejar, desde Punta del Este por un camino de tierra que tapa las vías de un cruce de un tren fantasma. Se pueden ver mulitas y techos rojos de las estancias. "Siempre me gustó el Uruguay profundo", explica Mallmann, camisa blanca y habano en mano, posiblemente porque su abuela era uruguaya. El chef quiere que sus clientes lo comparen con
En una sala de lectura está la biblioteca del chef y en el comedor principal integrado al patio, hay una gran mesa con publicaciones en varios idiomas. Mallmann convive sin problemas con la quietud pueblerina, porque es un artista, como otros que viven allí. Los brillos de Punta del Este están empezando a iluminar un pueblo que para muchos no tendrá mayor encanto que la exclusividad de ser pionero. Los emprendimientos de Mallmann son famosos por exquisitos y por lo caros, inaccesibles para el turista promedio, por ejemplo la carta de vinos tiene un capítulo titulado "Vinos Míticos", que encabeza un Petrus Pomerel.
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